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jueves, 14 de octubre de 2010

Mi Rito de Iniciación

Ustedes no saben nada. Ni el que escribe la historia en mi nombre tiene la más mínima idea. Ni yo lo sé todo. Aunque llegué a saber bastante, y me mezclé entre la mierda (connotación chilena) y entre la otra mierda (connotación salvadoreña), mas salí. La miseria, discriminación y paranoia producto de la salida es lo que ahora vivo. Vendo lapiceros en los buses y generalmente llego a dormir a mi casa, mía por la costumbre de hacerla de mi propiedad, pero en realidad es de la persona que me la presta, pues no puedo decir que me la arrienda porque después de seis meses de no pagar me queda grande ese verbo.

Pues, vale verga, nací, crecí, viví, maté, morí y ahora sobrevivo. Sé que en cualquier momento me puedo encontrar a cualquier ex compañero o compañera de andanzas y malandanzas. Ese es el riesgo de la salida, no, ese es el riesgo de la huida. La verdad este maje me convenció de contar mi entrada. No sé, a mí no me pareció que era tan importante, sólo fue mi primera vida…

Y así empezó todo. Yo crecí en donde asustan. Para llegar allí es una vía de un solo sentido. Te metés por Desigualdad y llegás a Guerra, va, después te metés a la calle principal Pobreza y cruzás por Emigración y te metés en el pasaje Abandono hasta llegar a donde crecí, allá en Exclusión Social.

Allí por supuesto tenía a mi mara, unos bichos igual que yo ni más pobres ni más bendecidos pero sí un poco más tontos. Pasamos de la pelota a otras cosas. Pasadas de drogas y changes tengo muchas para contar, pero no vienen al caso.

Yo no sé cómo ellos empezaron, no tengo idea de cómo nació, de repente ya no era casaca sino un nuevo paradigma, atractivo para unas, detestable para la mayoría, latente para mí, aunque trataba de serle indiferente. Al parecer la mar había crecido, ya no era un juego. Ellos fueron jugando a la ruleta rusa y uno a uno fue cayendo, uno a uno fue muriendo para vivir el otro lado de la maravilla (al revés si lo preferís).

Me alejé un poco de la gatada, sabía que mataría a mi Codito si se diera cuenta que me iba a unir, por eso me distancié de ellos lo más que pude. Pero la fraternidad y el destino, según dicen, son más fuertes que la razón. Aunque las lágrimas de Codito, mi único maternal abrazo, me hicieron bacilar, terminé haciéndolo.

Recibí un ultimátum, me metía ahora o nunca jamás allá con San Pedro; ya habían decidido cómo entraría a la mar abierta. Yo esperaba que algún bolso de alguna vieja escalonera sería mi empresa robar. Mas no, la serpiente sólo muerde al descalzo. Y en este caso, el descalzo era uno que de volada me caía mal, pero no tanto como para cegarlo de la vida.

Llegué asustado a una especie de cobertizo, así como casa abandonada, era bien noche. Allí estaba mi familia, desgraciadamente la familia que escogí, me dijeron lo que tenía que hacer. No quería hacerlo, me rehusaba a jalar del gatillo. El descalzo me miraba, estaba amarrado, me hablaba con los ojos, él también tenía miedo. No, no lo iba a hacer. No iba a formar parte de ellos.

El machismo apareció. “Entonces no sos tan hombre como pensamos, ya sabés, si no es El descalzo, sos vos y la Codito”. No lo podía permitir. Perdón, perdón, perdón. Me dieron la pistola, lo admito, me tembló la mano… Perdón, es que no quería. Apunte a El descalso, poco a poco jalé del gatillo…

El hincado y descalzo cayó muerto en el suelo y mi primera lágrima se mezcló con su sangre que fluía como un río furioso que venía hacía a mí, río que me casó como el sacerdote a la pareja. “En las buenas y en las malas” me dijo. Y yo, corriendo del crimen con mi nueva esposa me convertí en ganguero.

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