La coaster iba súper llena, yo iba en mis ondas, tratando de obviar todos los olores y hasta sabores que se sienten en los buses salvadoreños. De repente la multitud que iba parada en la puerta se hizo para un lado, al parecer varios pasajeros entraron al microbús, al menos eso pensé; pero no eran varios pasajeros, era sólo una, una muy gorda, una con unos senos extremadamente enormes, gigantes. Su gordura era contrastada por el tamaño de sus senos, ya que no era su figura lo que llamaba la atención, si no sus glándulas mamarias.
Pero yo no fui el único que lo notó, las notaron mejor dicho. El microbusero cuando la vio subir pensó que la cara de la muchacha se encontraba en sus pechos, así al momento de cobrarle no la vio a los ojos, sino que donde ustedes ya se podrán imaginar y por supuesto no dejó de darle el respectivo chequeo con la mirada para ver qué tan buenota estaba, curiosamente sólo evaluó del cuello para abajo.
Yo vi aquel busto unas dos veces, pero traté de hacerlo disimuladamente para que ella no se sintiera acosada, pero era muy tarde para evitarlo. Caso contrario, un viejito que venía sentado a la par mía al ver a la gordita le dio el asiento, y al dárselo no pudo evitar observar los adornos frontales de la muchacha, sin embargo al señor no le bastó mirar una vez y lo siguió haciendo sin pispilear y no en una manera sútil durante todo el viaje, el cual se terminó para él unas seis cuadras después.
Cuando la muchacha se sentó a la par mía, unas cheras que venían paradas cerca del conductor vieron como los senos de la misma se abultaron cuando ésta se sentó, por ende, se vieron todavía más grandes y más si le sumamos el escote que la susodicha llevaba. Las cheras al ver semejante busto se vieron una a la otra y se pusieron a reír las dos al mismo tiempo. “Vale verga” le dijo una a la otra. “¿Maje y que la Manyula no se había muerto ya?” le dijo la otra; y así se fueron riendo hasta que se bajaron, casualmente en la misma parada del viejo mirón antes mencionado.
Por supuesto que la muchacha se dio cuenta. ¿Quién no se habría dado cuenta? De todas las personas que iban en ese bus, el hecho de que a ella fuera la que llegarán todas las miradas y las risas era en definitiva una pista que nos hace concluir que ella sí se dio cuenta de esos y muchos otros comentarios.
El micro siguió su curso con su nueva pasajera, los pasajeros mirones y las pasajeras criticonas y crueles. Ella y yo íbamos incómodos en el asiento, aún cuando el bus hubiera ido vacío el asiento no hubiera sido suficiente para la gordita y para mí. Esa incomodidad se le notaba en su cara. Cada vez que sentía una mirada clavada en sus pechos hacía una mirada como de cansancio y constantemente se jalaba el escote hacia arriba, como si eso iba a evitar que la gente mirara sus grandes delanteras.
Observando esa cara de cansancio e incomodidad noté que la chera de los grandes bustos era muy hermosa, bastante hermosa en realidad. Su piel era blanca, al verla me pareció que la sangre europea y la latina se habían unido gracias a la divinidad y nos habían dado aquella maravillosa mujer cuya piel brillaba con la luz que entraba por las ventanas del bus. Sus labios eran muy carnosos, rosados, de aquellos labios que se podrían besar toda la noche y nunca cansarse de ellos. Su pelo era negro, liso y largo; parecía tan suave, tan sedoso. Y su nariz era casi perfecta, de aquellas narices que sólo ves en Vogue.
Mas, todo esto no se compara con los ojos que vi en su cara. Si aquellos ojos hubieran sido estrellas, uno definitivamente era la estrella de Belén y el otro era aquella estrella a la que le pedí todos mis deseos cuando niño. ¡Qué ojos! ¡Eran tan grandes, tan cautivadores! Aquellos luceros parecían llamarme, parecían de muñeca de porcelana. Sólo por esos ojos me decidí escribir esta historia. Eran unos ojazos, decorados con perfectas cejas que se erguían orgullosas gracias a sus protegidos que lucían con coquetería sus vestidos verdes. Me enamoré de aquellos ojos verdes… Los miré varias veces, siempre tratando de disimular; tanto me cautivaron aquellas hermosuras que hasta la quinta vez que los vi noté que ella se los había maquillado con un tono de morado que llevaban sus joyas de bellas a exquisitas.
La muchacha notó que yo la estaba mirando, ella supuso que le miraba los senos ¡qué raro! ¡no sé porqué habría de pensar eso! Inmediatamente me hizo esa mirada que hacen las fieras cuando querés quitarles su comida. Me asusté pues yo no trataba de hacerla sentir mal. “Que bonitos ojos tiene” le dije. “Gracias” me respondió al mismo tiempo que me miró con esos sus ojos y me sonrió nerviosamente. Luego me volvió a ver otra vez, esta vez con un semblante más relajado y con una sonrisa sincera me dijo “Ojalá la gente notara mis ojos de la cara”.
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