No nos gusta llamarnos tercermundistas, nos gusta más el epíteto "luchador". Pretendemos ignorar que llevamos una semana sin servicio de agua (y agua) con el clásico Real Madrid-Barcelona. Adiós, cuídese. Sí, ya no voy a andar diciendo esas cosas. Ignoro el machismo viendo Will And Grace, Hospital Central, Grey's Anatomy y So, Do You Think You Can Dance?, porque, aunque soy un alienado: lavo la pila y saco, guacalada tras guacalada hasta la última gota de agua y la guardo en barriles y cántaros para que sirva para la letrina. Voy a defecar al inodoro, me siento en él: el baño tiene azulejos y ducha eléctrica (más eléctrica que ducha en este momento), el papel higiénico es Scott Mega Plus y tengo un aromatizador marca Glade en aerosol que me trae el olor de las cumbres nevadas de Suiza a esta peculiar habitación; la puerta es de vidrio ahumando. Ocupo generalmente el tiempo que paso sentado haciendo mis necesidades para revisar mi teléfono celular. Acabo. Corto cuatro hojas y me limpio el ano. Plsht. Plsht. Echo aromatizador, pero el olor a heces (yo le veo más forma de elyes) fecales con el estrepitoso olor suizo forman una apestosa maza invisible e intangible que me obliga a cerrar la tapadera del inodoro. Voy a la pila (que sirve de lavaplatos, lavamanos, lavatrapeadores y xenote para la lavadora "automática") y agarro un guacal rojo y grande con agua, ahí meto las manos y me las enjabono, me las limpio con la misma agua. Camino de regreso al baño con el guacal rojo y grande lleno de agua jabonosa, abro la tapadera y dejo caer el hachedosó blanquito sobre las eses que parecen otras letras. Me seco las manos en una toalla rosada y suave y delicadita que le regalaron a mi Abuelita para el día de las madres en San Francisco, California. Tuiteo que estoy comiendo pupusas.
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