Edgardo, no existís. No existís
vos y tu estúpido lenguaje culto que esconde un teamo. No existís vos ni tus
manos largas. No existen tus poemas escritos en post it que metés en sus cuadernos cuando no está viendo. No existe
su placer cuando se encuentran más vulnerables que nunca. Son ideas atractivas
lo húmedo después de tu presencia, no son más que imágenes encontradas en
internet sus fotografías. Edgardo no existe, ronda como zombie por su vida sin
existir. Poco puede comentar de él, su sonrisa lo dice todo, el cuento de hadas
que se prometió defender, un tanto por comodidad, un tanto por falta de
oportunidad y otro tanto porque los besos clandestinos se sienten mejores.
Edgardo, no existís. No existe su Cartagena ni nuestro San Salvador. No existen
sus proyectos ni los nuestros. Existen las excusas y la falsa humildad intelectual
con que esconde sus defectos. Edgardo, tranquilo, tu mundo no existe; existen
estás ganas que tiene de perderte, perderse y perderme. Existe su escondite, se
percibe mi trabajo detectivesco. Edgardo dejó de existir para mí cuando existió
para vos. Existen su sonrisa germinada en el Caribe y mis ojos serios llenos de
maíz.
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